Entra la mañana por la rendija del crecimiento de las quietas plantas. Ellas marcan las horas con tal precisión que me olvido que ya son las diez cuando debían ser las ocho.
El destino tiene una figura fondo muy precisa. Basta que miremos el código inquebrantable de los tiempos verbales.
Fotografía: Vista de la torre de los Clérigos, Porto Portugal.
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