En los fragmentos la materia se multiplica,
por eso el muro es el terreno del apetito y del mensaje intocable para los que están
fuera de sus signos. En la superficie, con el rostro de la intemperie, trazos
se amoldan a la rugosidad o lisura. Los oídos esperan el mensaje que traduce la
mirada. Son mensajes secos, clandestinos, y una especie de soga nos enreda
mientras el rabillo del ojo intenta persuadir de lo inútil que es tratar de
entender. Buscamos entendimiento sin saber que somos forasteros, que sólo
caminamos delante del muro. Queremos nombres y sólo la espuela del trazo se
obstina en su hermetismo. Nos consuela saber que los cantos se graban en la
piedra y que alguien descifra ese misterio visual. Hay una estética matérica.
La jeta de la belleza es asombro, contemplación que se marchita cuando se
interpreta. O tal vez, los muros* palpitan palabras que no son para nosotros, por
eso vemos desnudez y nuestros ojos brillan inocentes.
Fotografía: mensaje en granito. Porto, Portugal.
*inicio de serie.
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