La primera sorpresa que recibió ese día lo ha dejado dolido. Su nombre no aparecía en la lista. Sabía que todo nombre tiene un rostro pero, si no lo nombraban ¿cómo reconocerían su rostro? Mario es un nombre común, lo sabe, por eso es importante que lo relacionaran con una cara, porque reconocerlo por las manos o por las piernas requiere de un trato, de un reconocimiento mayor. Resolvió preguntar la razón de ese ninguneo. Quizo preguntarle al profesor pero este ya había salido del salón. Repasó las lista pegadas en la pared. No. No aparecía su nombre. Mario es un nombre simple tendría que seguir al de Macario. Contristo se dirigió a la Oficina de aclaraciones. Una larga fila lo esperaba. Tantos nombres sin rostro, pensó, esto si que es una conflagración. Esperó con esa inquietud propia del que no es conocido. Al llegar al frente de la ventanillas una señora muy encopetada alzo la mirada y sin esperar a que preguntara le dijo:
- Hola, Mario ¿estás bien?
- ¿Cómo sabe mi nombre?
- Con esa cara sólo puedes ser llamado Mario. Yo reconozco el nombre con sólo verlo en su rostro. Cosas del oficio. ¿No te llamas, Mario?
- Si. Por eso vine, en la lista no aparece mi nombre.
- Eso es fácil, si te llamases Juventino o Zigor el problema sería grande para mi, ¿cómo reconocer un rostro con ese nombre? Ya me ha pasado y causé un enorme problema de identidad. Listo, ya está. Ahora tu fotografía y nombre coinciden.
- Gracias.
Mario, con un semblante reconciliado, fue a la cafetería a tomarse un buen desayuno. No hay nada como recuperar su nombre. se decía. Al llegar al frente del mostrador pidió dos huevos fritos con jamón y un café con leche. El dependiente preguntó si estaba inscrito en la lista, los desayunos se pagaban al inicio del período escolar y Mario había pagado todo el año.
- ¿Estás en la lista? me preguntó.
- ¡Por supuesto! Me llamo, Mario.
- No estas.
- ¿Cómo?
- ¿Cuál es tu apellido?