El estruendo del látigo se escuchó hasta la platea. El león abrió sus fauces y el domador, atónito, miró, cómo un niño domaba a su señora madre. Ella, obediente, saltaba entre las sillas recogiendo del suelo, cacahuates, palomitas, paletones y con una espectacular vuelta de carnero derramó el refresco del enorme vaso. La ovación de los espectadores fue inmediata, lo que obligó a la banda a tocar una y otra vez.
*Texto publicado en la Antología Vamos al Circo.
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