Caer de 75 metros no es poca cosa. Por eso esas historias de la caída de un verdadero ángel en plena plaza no es creíble. Don Justo, me lo ha contado, testigo ocular del acontecimiento y fiable en su palabra, afirma que ese año de 1925, el 24 de junio, día de San Juan; dos acróbatas subieron a la torre por sus 240 escalones. El cansancio era indudable y más llevando sus pesados disfraces de ángeles votivos. Sus alas con plumas reales pesaban diez kilos cada una y siendo dos, ya se imaginaran el calvario de subir hasta lo más alto de la torre. Cuando uno de ellos, de nombre Santiago, quizo extender sus alas, perdió el paso y calló estrepitosamente, ni los gritos que subían desde los cuatro puntos de la plaza amortiguaron su descenso.
Desparramado en el suelo fue levantado y velado en la casa de Susana, vecina de la torre. Las alas se guardaron en un arcón. Al paso de los años, y buscando atractivos para que la torre sea visitada, las alas son exhibidas como reliquia del paso del ángel que calló un día de San Juan.
Don Justo, siempre tan perspicaz, lo que no se explica son las apariciones y esas acrobacias que algunas plumas hacen al caer desde lo alto de la torre el día en que se conmemora la caída.