Ni el agua del río Douro, ni el Tejo, ni el Siena, ni el Rin, ni el del los Remedios, vamos, ni el río Usumacinta pudieron arreglarme el desarreglo; componer lo componible y remediar lo remediable. Tuve que recurrir al elixir de la mente, al tónico de los abuelitos sentados a la mitad del camino entre la fiebre y el desvarío. Los afiches, los pósters curan. Con sólo mirar al gran Sanogenol se termino la garraspera. La la Academia, que siempre receta aceite de ricino o caldo de gallina, le digo, con sólo mirar uno se cura.
De purísima alegría me voy a bañar en las Cibeles y tomar un anisete.
Fotografía: Museu da Farmácia, Lisboa, Portugal.
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