El paraíso no tenía polisones, por eso del otro lado del telón los pecados errabundos se violentaban en el cuerpo calloso del anciano. El anciano es el padre de mi maestra. Su única aportación era bajar el telón cuando el príncipe le daba el beso definitivo a la princesa dormida.
Se leía en el programa de mano: “la primavera de amor se olvidó a la sombra de los perales y en los cantos del Rey Salomón”.
Escribo estas líneas en mi trabajo de clase: “Las zapatillas de cristal son un no querer de historias agraviadas; envilecidas por la rutina de sus finales. Así eran los momentos de las hadas. Las corbatas amarillas aparecían frente a la casa del ogro. Asomadas al balcón las brujas y sus mil hijas comían manzanas y bebían el té frío, ávidas de adolescentes para hechizar”.
Quise explicar a mi profesora el porqué no me gustan lo cuentos de hadas. Una o dos veces tuve la tentación de leer los cuentos de ogros que comían princesas. Me gustaban las caras imaginarias que les construía. A pesar de eso sentía que ese mundo era mentira. Los monstruos verdaderos están cuando me quedo parado a oír las reprimendas de mi gente, con las manos metidas en los bolsos. De modo que sé lo que es vivir el infierno durante un mes. A la gente le molesta que le digas que sus espantos son ridículos. Por eso me gusta sentarme junto a la ventanilla, de trenes, de taxis, de salas, comedores y hospitales. Se puede mirar el sol como cambia con las cosas, como las vertiginosas imágenes pasan sin poder retenerlas. Se fija el movimiento. Uno se queda con la sacudida. Le digo a mi maestra que los muchachos como yo, las únicas hadas que conocen venden pollos en el mercado. La virgen de los vientos no tiene la culpa de llevarse en torbellino los vestidos de tul y sólo nos guste leer a Mafalda, de Quino. La maestra nos lleva al teatro. No prospera el intento. Nuestro paraíso no tiene entramados, sólo galerías de jinetes sin cabeza. El anciano padre de mi profesora me apena, por eso le he comprado sopa caliente y el diario de la tarde con la noticia del vestido encontrado de una princesa rusa muerta en la revolución. El anciano con lagrimas me dice que la piel de las hadas es agria.
Maldito paraíso, es tan confuso como las mentiras piadosas. Mi profesora intenta consolarme.
Embauca.
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