Después de tres día de fatiga en la mirada, al bordear el río, después del desayuno, se vio frente a frente con la piedra original. Ajenos eran los símbolos, las tachaduras. Y en una hora cálida se quedó en adoración perpetua.
En su frente quedaron inscritas las ganas de vivir y el afán de tocar la piedra sin esperar milagros.
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