La S atada en el ala y las huellas en contrasentido. Así lo
encontramos. Pegajoso el sonido se quemaba en la tierra. Una imagen con cuerpo
y el ritual del vuelo inclinado, envuelto de pesadilla. La caída encontró
suelo. Lo quisimos levantar. Ya forma parte de nuestra historia. Como las
moscas revolotea su presencia desde entonces. Mi tío sugirió cantarle. Le
cantamos música festiva, pero nada, nuestras voces como brumas sólo rodeaban
sus alas. Entonces le ofrecimos una plegaria. El silencio le marcó. Se arrastro
unos metros y como huérfano del viento se abalanzo a su recuerdo.
Sobre el horizonte, sobre una línea naranja dejó su
cuerpo al aire.
Lo vimos flotar como esta vela dulzona que nos ilumina
las manos manchadas de ceniza.
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