jueves, 10 de noviembre de 2022

Tranquilidad al dente


 

Los afilados tacones le entorpecían el paso. Sin embargo, no perdió la compostura cuando entró al Miguel Ángel.

- Benvenutti senhorina, la recibió el dueño.

Dócil, se dirigió a una mesa del fondo. Un vaso de agua pidió. En tanto miraba el menú. Discretamente el pie derecho comenzó a sobar al izquierdo. Como dos puñales los zapatos hacían juego con la alfombra roja

- ¿Ya decidió minha cara?

- ¿Habla español?

- Lo percibo.

- Un linguini por favor. Tarde todo lo que pueda tengo poca hambre y no me gusta la pasta.

Sacó de su bolso Versace un colorete, repasó sus labios y un carmesí cretino iluminó sus delgados labios. Su mirada delineada hasta la entelequia se posó en su reloj dorado. Cuatro menos diez, tengo veinte minutos espero que estos pies se repongan. Sin convicción miró llegar su linguini. Pidió pan y parmesano.

- ¡Oiga, esto esta delicioso! le dijo al mesero. 

- Senhorina, el restaurante Michelangelo es el mejor de Estocolmo.

- ¿Y es muy conocido?

- No hay mejor en Gamla Stan.

Fijó su mirada en la pueta de entrada. Estaba segura de que no la siguieron. Entró rápidamente a la calle Västerlånggatan. Si no fuera por los zapatos hubiera llegado fácil a la estación del metro.

Pidió café y encendió un cigarro. Excitada, veía el reloj. A las cuatro quince pidió la cuenta. Marcó el número en su teléfono. Una voz masculina se escuchó.

- God eftermiddag.

-Tengo prisa, voy a hablar en español. Lo tengo. Son treinta páginas… Sí. Estaba en el Museo Nobel, donde dijiste, en la vitrina de Tomas Robert Lindahl. Voy al hotel.

- Cuídate, que no te sigan. Los divorcios tienen puntos flacos.

- No te preocupes diré que los encontré en el sótano de nuestra, perdón, de mi casa.

Se puso los zapatos y no pudo evitar que todas las miradas observaran sus pasos lastimosos.


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