Todo comenzó en un pasillo azul. Son lúcidos, testigos silenciosos, tal vez por estar amarrados al secreto de la guerra. Ellos, fuero un día matinales y flexibles. Hoy son un muro con destellos en un monólogo falto de oídos. Leo y releo. La tarde es de espadas y el olor azul cerúleo ya es memoria. El porvenir naufragó en las esquinas, posiblemente entre Constitución y Dos de Abril. Yo miro esos pasillos como lectura indispensable para compartir con los otros la rigurosa experiencia del abismo.
La carta llegó al medio día, venía de Portugal. Los juegos de lectura fluyen, llega el polvo de los huesos y miro esas iniciales violetas que fueron nombres de estrategas.
Ellos, no pusieron remitente.
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