Las sábanas aún calientes, encajaban en su recuerdo vagas y tentadoras horas carnales. De púrpura, sus visones se dilataban como los pechos que se abren como flores al sentirse cortejados. Contradictoria, se mordía los labios durante horas y sus ojos verdes quedaban en luto. Quebradiza, comenzó a tener el hábito insalubre de hablar sola tratando de apagar su lengua pródiga. Tóxica, no conseguía apartarse de la hoguera íntima de su cuerpo barca.
A veces, son eternos funerales estos diluvios. Se excitan las lágrimas sólo al pensar en el minuto gélido que envuelve las futuras esquinas de la cama.
A veces, el edén tiene una puerta púdica de miedo que alude a los atardeceres de la micro ficción sentada al piano.
Sergio Astorga tinta sobre papel
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