martes, 9 de septiembre de 2014

Estación Oriente


No sabemos bien a bien si subimos o bajamos a las catacumbas modernas. El concreto arma las penumbras para que la prisa de la llegada o la partida sean un trance decoroso. 
Una estación es eso: el lugar de la ilusión o del naufragio. Un transitar de frases interrumpidas por la súbita excitación del misterio de un presente, porque un adiós o una bienvenida palpita siempre; sensación que se niega a envejecer.  
Los gestos se convierten en besos contenidos y los abrazos se llevan en los pañuelos en blanco olvidados en el dormitorio.
Atrás quedó el olor a sal de los destinos y sólo miramos lo indefinido de la espera y clásicamente estiramos el cuello y un tenso sudor nerviosamente nos recorre la frente. Pensamos que tomar un cafe podría mitigar la distancia que nos espera, enfundados en esa soledad de piedra. Nos crece una hierba amarillenta semejante al amanecer de todos los días. Ignoramos el porqué se dilatan las horas y provocan que las imágenes, las de mayor grado de melancolía, se esparzan como ceniza a nuestro paso. El claroscuro entra en nosotros y el sentido de viaje nos deja las nauseas del que gira y gira en el andén buscando  a esa persona que fuimos antes de sentir que partimos. Construimos nuestros puertos interiores. Sacamos al otro que será bienvenido en algún lugar.  Arribar, es nuestra ancestral 
ansiedad de paraíso. Nuestros nervios se aprietan en un sólo pecho y entonces somos una cuerda elástica que teje la red salvadora. Cuando partimos y llegamos a los lugares siempre somos extranjeros. Somos distancia contenida y el tiempo pierde peso para sentir que en un periodo corto podemos pisar diferentes puntos cardinales.
Nunca quedamos curtidos, aunque sepamos el nombre de la llegada o la partida.

- ¿A dónde vamos, preguntas?

Cómo poder decir la distancia que siento. El paladar es una grieta de aventura  cada vez que subo o bajo una escalera. Me amarro a la lejanía como a un madero y las latitudes y altitudes me cantan canciones de viajes. No importa el boleto en mano.

- ¿Cuándo llegamos, intrigas?

Se me confunden los destinos y no me atrevo a decir que el apogeo del viaje es estar flotando en el no tiempo. Recorrer, sin pensar en llegar, es lo que tengo en mente, pero no quiero estrangular la certidumbre de tocar la otra orilla.

Cuando  entramos a estas catacumbas modernas, un panteísmo transborda el sentido útil  y un desprecio a la quietud nos nace como otra carnalidad que nos devora. Lúbricos,  nos aferramos al pañuelo olvidado, algo se rompe en nosotros y la velocidad hace vacío, para que el grito amigo nos penetre: buen viaje. ¡Que tengas buen viaje!

Fotografía; Estación Oriente, Lisboa, Portugal

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