viernes, 4 de septiembre de 2015

Terneza


Un coro de admiradores aplaudían frenéticos. Recibía vítores, parabienes y toda sarta de ampulosa voracidad. Al final de la fiesta, arrepentido de tanta algarabía, se refugió en su fértil mundo interior. 
Perdido en el bosque, con su cornamenta dada vez más sabia, deambula como buen ermitaño, si lo ves porque también divagas, no lo llames, que las ruinas sólo se contemplan.

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