Entraron por todas partes. Como en ayunas con sus bocas abiertas y sus cuerpos blandos y ondulados. No eran Famas, ni Troles, ni Tlaloques eran como esas estantiguas inofensivas pero asustadoras que se filtran los días de lluvia. Eran accidentes mojados, como grillos de aguacero. Las primeras veces, las primeras lluvias, me inquietaban, ahora sé que son simpáticas, casi afectuosos aunque intocables. Tienen una especie de membrana tan débil, que aún si levantas la voz se puede quebrar ya no digamos tocarlas. Sus ojos brillantes y esos movimientos sensuales me tienen en la pura fascinación. Siempre son los mismos, un tormento tibio que me pertenece. Tienen miedo de la sequedad, ellos saben que yo sé, y al alba desaparecen sigilosos.
Tengo la boca abierta de tanto silencio. Mojo las paredes, la ropa; tengo baldes llenos de agua por todas partes. No llegan. Dos amargas semanas han pasado. Endurecido los sigo esperando. Tener compañía, lo confirmo, es un largo desconsuelo. ¿Lo sabían?
Mañana pronostican lluvia, ¿verdad?
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