Esplendente como un sol de medianoche, que nunca acaba, aunque las vidas cambien, ella caminaba con sus medias rotas, pero con los zapatos a la moda, tacón cuadrado, correas doradas. Provocaba las miradas de mujeres y hombres. La veían con lascivia unos y con envidia otras. Al doblar la esquina, muy cerca del centro comercial, se le acercó una señora vestida de traje sastre que al verla no se contuvo:
- ¡Piruja! Has roto mi matrimonio, le grito con la mano en un puño.
- Yo doy lo que tú no sabes, le contestó meciéndose la peluca dorada. Yo escucho, no reprendo.
Rápidamente cruzó la puerta del centro comercial. La deslumbró la luz neón de la sección de perfumería, tal vez por eso no sintió de donde venía el puñetazo del marido de la mujer ofendida.
- ¡Picadora! le gritó, mirando su reloj. Te pedí discreción.
Ella tumbada en el suelo. Se le corrió el rímel de su empresa.
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