Huyen los días nublados cuando con su paso alquímico el rinoceronte aparece. Los ojos se perturban al ver la lección del ciego mastodonte que como el mármol, queda impertérrito a las lanzas de los que quieren su apéndice afilado.
Este talismán lo llevo en mi cuaderno, urgido por tener mitologías en mi entorno. Un caos de líneas en el fondo negro, como aquél otro sueño de los siete viajes de los que han mirado el universo cierto. Desde entonces el eco de sus pisadas narra y gesticula esa fábula de la buena bestia. Temo que al enseñarlo, el pudor de su cuerpo comience a desdibujarse. El riesgo lo corro, sólo por festejar a Durero, ahora que se escucha y enreda el Duero.
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