Todo el sudor de los pasos que se pierden tienen doble entraña de hierro y balaustrada. El paso a la distancia es más frío. Nada es más amargo que la ceguera de subir a tientas sin destino. Alguien respira por nosotros y nos prolonga la vida forjando ese aireado presagio del camino. El verbo subir se perfila como ese hilo tenso que no llega de tan amarrado en el secreto del paso. Dejamos caer los nombres y los rostros y preferimos seguir paso arriba como si un lecho blando nos amara. Acaso recordamos que un día preguntamos ¿qué camino es este? y sólo el peso de la noche nos contesta.
Redoblar el paso se ha convertido entonces, en un orgullo descalzado.
Fotografía: Cerro Santa Lucía, Santiago de Chile.
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