Cruzar la reja para desandar la partida sigue siendo la mejor manera de vivir el pan de la franca vitalidad de la llegada. Hay por lo regular dos entradas, una para el huésped que nos habita y una segunda, la del vividor que sale errante para desgastar los zapatos y preguntarse luego con la linternilla del asombro si la tristeza ha salido por la misma puerta.
Así prosa la informe duda cuando en las márgenes hay un piadoso olor de hierba machacada. A veces cruzar la puerta turba
el cuerpo teórico de los recuerdos y es inconsolable el rumor que baja de los árboles. Se necesita valor para salvar la entrada.
Fotografía: Guimarães, Portugal.
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