Con el gesto rígido del claro oscuro, la ventana
permanecía afianzada en su cerrazón. Cuando el cansancio se tornó apático, días y días de silencio rodaron
por la casa. La quietud se hizo empresaria, y una gran tristeza se extendió
desde las escaleras hasta el portón de
la entrada.
El cuerpo severo del desastre se timbro en su rostro. Se
disolvía su mirada buscando síntomas de
vida. Con la boca seca y gotas de sudor en su frente recorrió la casa que
habitó de niño. El tiempo: inscrito en las paredes. Nunca pensó descifrar las
imágenes que llegaban en cuadrilla. Mas, el olor a laurel le exigió volver a los días floridos, cuando el sol
se demoraba en el piso y desde el jardín podían verse los navíos que llegaban
de América, cargados de frutos tropicales y metales preciosos.
Hace tanto que la música ha parado, que hay un tenue e
intacto deseo de volver a las palabras de Lord Byron, cuando fascinado por
Sintra no tardó en calificarla de “glorioso paraíso”. El mísero presente nada
sabe de aquellos tortuosos amores en estos parajes. Las últimas tardes de júbilo
están lejanas. Sin embargo, las muchas voces ocultas por el musgo, le hacen
sentir que el punto ciego del regreso sabe a promesa y a canela madura.
Sergio Astorga fotografía algún recanto (rincón) del Palacio Nacional de Sintra. Portugal.
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