El nombre llego
comedido con sus cuatro vocales partidas. Lo pronunciamos como la lluvia que
cae y bautiza los cristales por fuera. Varias veces se empañó su recuerdo pero lo
rescatamos todos los años el día de San Justino. No hay manera de perderlo.
La historia es
trunca, Doña Pina, con su permanente moretón en el ojo izquierdo, contaba su
historia a retazos como queriendo evitar lo que todos supimos.
“Me dijo que volvía
el martes y ya desfilaron cuatro años” Doña Pina nos contaba muy tranquila, sin
sobresalto, con la sonrisa doméstica de la que ha perdido a su marido. “Miren, hasta
dejó la guitarra. Ya extraño esos gorgoritos de canario. Lo malo era cuando bebía,
se le perdía la horma como a esos zapatos, esos, que están allí debajo de la
cama”.
Llevamos cuatro
años visitando puntualmente la casa de Doña Pina, el día de San Justino. Llegábamos
de metro. Nos bajábamos en la estación Isabela Católica, y mientras caminábamos
hacia la calle de Bolívar, dábamos nuestra versión de los hechos. Cada año llegamos
a una conclusión distinta. Que si lo acuchilló; que si Justino se fue con la
vecina; que si lo secuestraron. Debía de
tener sus buenos ahorros, sino cómo se explica que Doña Pina no pasara
angustias. Este año acordamos, al llegar a la puerta de su casa frente a la
Iglesia de Regina en la calle del mismo nombre, preguntarle a boca jarro, sin
darle oportunidad de chistar, si ella había matado a Justino.
Al abrir la puerta,
Doña Pina nos saludó con su anual pachorra. Nos invitó a sentarnos a la mesa y después
de las alusiones habituales a la memoria de Justino le hicimos la pregunta que
tanto ansiábamos decir. Doña Pina, con aire muy digno, tuvimos que admitir, no
se sintió aludida, nos dijo pausadamente que comprendía los rumores y las dudas que andaban por ahí, pero, que ya el dolor
de la ausencia le era suficiente para todavía acreditar en habladurías. Sin
esperar replica, fue a la cocina y regresó con un plato de guisado de carne con
verdolagas, el mismo guisado desde hace cuatro años.
Al salir de la casa
decidimos, por el bien de nuestras cabezas, que el año próximo, cada quien
llevara su propia comida.
Sergio Astorga Acuarela/papel 20 x 30 cm.
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