No se anima a dar el paso. Lucha en vano contra la repulsiva imagen de verse repartido en las historias de los propios y extraños. Antes de ser polvo sabe que dirán que todo tenía. Ya escuchaba a la tía filósofa decir: “que tontería, si tenemos el metro hasta la playa y los mejores edificios de la modernidad”. Otros dibujaran melancolías que nunca vivió y ya retumba la voz chillona de su progenitora afirmando que no sabe cómo le pago de esa manera sus desvelos.
No se anima a dar el paso. Se recobra. Elige de su atestado guardarropa, las prendas más vistosas para recorrer las calles con la corbata al aire como bandera al viento, afirmando, que aunque tenga el rencor en el bolsillo derecho del pantalón, seguirá, al menos por algún tiempo, siendo el maestro del escapismo.
Burlesco y trágico, no se anima a dar el paso. Los abismos lo atraen, pero desvía los ojos para que el oído lo mantenga unido al suelo.
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