Los braceros estaban encendidos, por eso la ciudad quedó entre bruma y con el olor curtido entre sus paredes. EL olor penetrante pululaba por sus calles. Olor que era la suma de las las yerbas consumidas. La ciudad tiene memoria del tomillo, mirra, epazote, laurel, mejorana y albahaca. No se sabe porqué un ocre color se asentó en la ciudad. Los habitantes ya con el rostro cobrizo no se incomodaban que desde entonces les llamaran: “Los ocres”.
Tamara, vivía en el límite de la ciudad. Su figura rebelde por la noche caminaba por las calles de “Los Ocres” levantado amores de hombres despreciados por sus esposas. Ellas le insultaban. Tamara las miraba y se levantaba el faldón para mostrarles su torneadas nalgas. Cuando se enteraron que estaba embarazada arrojaron piedras y fruta podrida. Tamara, no perdió la calma. Respiro hondo en busca del olor de la albahaca y cruzó el río para resguardarse en un tejaban abandonado.
Cuando llegaron los dolores, sola y sin saber que hacer grito, lloró y arañó hasta que sintió, primero agua y después un cuerpecito que nunca llegó a respirar.
Tamara nunca regresó a la “Los Ocres” y en venganza sólo dejó la bruma y el color. El tomillo, la mirra, el epazote, el laurel, la mejorana y la albahaca se los llevó todos en una gran e inspiradora bocanada.
Es por eso que hoy la ciudad de “Los Ocres” no huele a nada.
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