Atados a la entrada pegajosa,
en la madera la futura ceniza.
Tendré que contar, de todas las calles
una sola puerta encierra la entrada.
Olor de cuerpos untados al calor,
el oído y zumbido de las grietas.
Los rituales cotidianos:
una letanía de duelo
un desfile de latidos
una plegaria de incendio.
La mano también es letra que se muere
en esa confesión de toda espera.
Se desnuda la calle al ver tu puerta
y un aliento naranja es lejanía.
Fotografía: alguna puerta en las ruas de Oporto, Portugal
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